miércoles, octubre 17, 2007

I'ts just a perfect day, I'm glad I spend it with you...

Bueno, para quienes se preguntan cómo resulta una semana común y corriente para un filósofo en esta ciudad, la verdad, es muy sencilla. Por lo general los días se resumen en llegar tipo 10—11 am a la biblioteca, guardar la mochila, sacar el laptop y sentarse a leer, escribir, y cuando ya entra el cansancio, a procrastinear en la internet. Eso es de las 11 a la 1 pm, hora en la que hay que ir a almorzar. El bandejão está abierto de 11 a 2, pero resultaría ocioso muchas veces ir directo al almuerzo habiéndose levantado —como ya se me ha vuelto un hábito— a las 9 o 10 am, y desayunado por lo general entre 10 y 10:30. Muchas veces, que me despierto muy tarde, claramente prefiero ir directo a almorzar, sin comer nada en la mañana —no tiene mucho sentido desayunar a las 11 am cuando uno sabe que el almuerzo está listo a la 1—.

Generalmente los días son distintos cuando tengo clase, y como Marco, mi orientador, es inaudítamente un filósofo diurno y madrugador, sus clases comienzan siempre a las 9 am. Todo el mundo trata de llegar temprano, aunque es difícil lograr. Más aún es mantenerse despierto, por lo que me he dado cuenta, y no porque la clase sea aburrida, sino porque todo el mundo está acostumbrado a las clases de 4 a 7 o de 7 a 10, como suelen ser normalmente las clases de posgrado aquí.

Las clases de Marco son los martes, y justamente ese mismo día en la tarde es la reunión del grupo de ética, entonces los martes se convierten en los días “chocolate Sol”. Luego de hablar toda la mañana de no se qué diálogo de Platón, en la tarde vamos para alguno de aquellos capítulos super difíciles del libro II o III de la Ética a Nicómaco. A las 5 pm acabaría la jornada, de no ser porque mi ociosidad no me deja irme temprano nunca para la casa, así que luego de esa hora tomo rumbo a la biblioteca en donde voy a ponerme a leer un rato, o a escribir alguna cosa, o, como siempre, si estoy muy cansado, a procrastinear un rato en la internet. Por lo general salgo a eso de las 7 de la biblioteca, buscando algo de comida. Si ando todavía con mucha energía, voy al bandejão de nuevo, y regreso a la biblioteca hasta eso de las 9:30—10 pm en donde ya comienzan a cerrar. Pero si no, salgo rumbo a mi casa, en donde preparo alguna cosa, o, como ha sucedido bastante en los últimos tiempos, me dejan algo de comida, mientras yo me encargo de fregar los platos.

Esos son casi todos los días de lunes a jueves. El día jueves por lo general alguna cosa acontece. Antes no era tan común, pero me he vuelto muy amigo de un par de nordestinos a quienes les gusta mucho “el chorro” “la bebeta”, “la juerga”, “la bagunza”. En fin, el punto es que los jueves puede resultar un día de “Quinta e Breja” en la ECA. Creo que esta última frase necesita ser traducida porque resulta totalmente ininteligible. El nombre es “quinta e breja” porque es “quinta feira”, es decir, jueves, y es “breja”, que es un modo coloquial de decir “cerveja”. La traducción literal sería “birra”, o “pola”. Y fuera de eso es en la ECA que es la “Escuela de Comunicación y Artes”, es decir, es como Artes en la nacional, con la pequeña gran diferencia de que aquí, dentro de la universidad, aunque sea prohibido por ley desde hace más de quince años vender cigarrillos, es posible, con un permiso muy breve de obtener, vender toda la cerveza que la gente sea capaz de beber. Entonces las noches de “quinta e breja na ECA” que comienzan a eso de las 9 pm se pueden ir, tranquilamente, hasta eso de las 3, 4 o 5 am.

La verdad solo he ido un par de veces a estas noches de quinta y breja, pero han sido la locura. Hay cosas muy buenas. Particularmente la música. No es esa ñerada del “funky carioca” que ponen en todas las fiestas, y que es equivalente al reggaeton puertoriqueño. La lírica tiene un parecido de familia increíble, aunque el ritmo resulta un tanto diferente, con algo de mistura de samba y esas cosas. Igual, no deja de ser desagradable. Pero bueno, en la ECA, como son una mano de artistas locos, entonces ponen una música super del putas. Y claramente hay buena música, y llueve cerveza, y siempre he resultado hablando cualquier cantidad de güevonadas con cualquier persona que aparece por ahí. La última vez la escena fue surreal. Estaba con unos manes hablando basura, y fui a comprar cerveza. Cuando estaba devolviendome, llevaba cinco cervezas en la mano, y vi a una niña con una cara bastante llamativa, que me miró como diciéndome “¿por qué no me dejas una cerveza?”. Obviamente ante semejante tentación no pude hacer sino mirarla, voltear a mirar a mis amigos —que no me vieran, claramente— y quedarme con ella hablando y bebiendo las cervezas que había traído. De repente la mujer se pone en pie, y cuando me doy cuenta mi cabeza quedaba a unos diez centímetros de su hombro...... Como después me hizo caer en cuenta un amigo, es la sensación de quedar “enmesado” en un chico de billar..... bueh... la “menina” miró mi expresión —porque tras del hecho no creo que tuviera más de 20 años—, y lo único que pude decir es.... “perdón, permiso, fue un placer....”. En ese momento lo mejor que pudo hacer fue mirar mi cara de susto... y volverse a sentar. Luego, por cosas del trago y de la noche, no sé cómo ni con quien —y pues ya ni me interesa— sumió.

Los viernes, generalmente, hay también alguna fiesta en la U. He ido a un par, pero no han resultado como me lo esperaba. Casi siempre hay fiesta en la FAU —Facultad de Arquitectura e Urbanismo— pero son medio jartas. Lo único bueno, quizás, es que la cerveza es re barata, son 4 latas por R$5, y casi siempre es cerveza de calidad aceptable, Skol, o Brahma, que son las promedio por aquí. Clarmente hay cervezas de bajo nivel, hay unas que en una tienda son a R$0,70... tres de esas y el guayabo al otro día es para podrirse... Las buenas, son de R$1,50 en supermercado, y claro está, eso nunca lo van a vender en una fiesta. Por lo general la que venden es marca Itaipava. Un par está muy bien, pero luego de la sexta cerveza, ya hay que esperar una fuerte resaca al día siguiente. Pero de todas las rumbas que he visto en la USP, la mejor de todas ha sido el famoso “Osama Bin Reggae”, que fue en historia aquí en la FFLCH (Facultad de Filosofía, Letras e Ciencias Humanas) a la que por molestar la llaman la FFLXO —FFLCH se pronuncia comunmente fefeleche, y la mofa es fefelixo, y lixo, en portugués, es “basura”—. Bueno, el punto es que esta fiesta ha resultado siempre todo un éxito, y en aquel día habían aproximadamente unas dos mil personas. Se vendieron cerca de 500 “dozeas (docenas)” de cerveza, y según chismes, habían mas de dos mil personas. Definitivamente esa ha sido la mejor fiesta a la que he ido.

Los sábados definitivamente son los que se han vuelto la locura. Creo que desde que volví de Recife ha habido churrasco cada sábado. Bueno, a eso hay que sumarle el hecho de que Paul estaba en la casa. Paul es un chileno de poco más de 40 años pero parece de 20, y es de esos manes que puede beber toda la noche sin parar, dormir una hora, darse un baño y salir a trabajar, y luego en la noche volver a beber, y mantener ese ritmo hasta por una semana. Bueno, eso es lo que cuentan en la casa de Paul hace unos años, pero definitivamente la edad ya lo está cogiendo, y lo he visto ya en más de una ocasión terriblemente chatarreado a causa del alcohol. Por lo general el plan comenzaba a eso de las 6:30 pm cuando íbamos al supermercado a comprarnos unas carnitas, unas lingüiças y unas cervezas. Generalmente Paul compra Picanha, que en corte americano es la punta de anca. La pieza se asa completa, primero por el lado de la grasa, y luego por el otro lado. El sabor es delicioso, impresionante. Mientras está la carne —pues es bastante demorada— se van comiendo unas lingüiças, que son como chorizos, o longanizas. No tan grasosas, y por lo general picantes, bastante buenas también. Casi siempre las acompañamos con pancito y guacamole —que yo siempre hago y por el cual me gané el apodo de “guacamolero”—. Alguna ensalada con agrião —que es una mata cuyo nombre en español nadie me ha podido decir, pero según todo el mundo limpia el hígado, entonces es buena para cuando se está bebiendo—, de vez en cuando unas papitas —infaltables, más aún para este rolo producto de la sabana—, o también unas arepas que a veces hace Martha —que en la mejor actitud de paisa de la vida, se trajo desde Colombia un molino, sí un molino “Corona”, el famosísimo—, y como ingrediente brasileño, el famoso “queijo de coalho”, que es un queso para poner en la parrilla y que es sencillamente alucinante. Para acompañar todo esto yo casi siempre, y mientras el dinero deja, me traigo unas cervezas negras, ahí como para empezar, y luego, como siempre, rematamos con “Bohemias” o “Original”, que definitivamente, de las cervezas de bajo perfil y que se venden en canasta, son las mejores que tiene Brasil. Las otras, pues ya son muy, pero muy caras, y nadie las va a comprar para emborracharse. Y así va pasando la noche entre comida, bebida, charla, dependiendo de la compañía se baila alguna cosa, se le enseña a las brasileñas a bailar salsa mientras ellas nos enseñan a “dançar forró” —una música super típica de aquí, bastante parecida a la norteña, o al country—, y así va pasando la noche en medio de la bagunça. Al final, casi siempre, rematamos Paul y yo escuchando algunas rancheras, o unos vallenatos, pues por no sé qué extraña razón, o por quién sabe qué enredo que tal vez tuvo Paul con alguna colombiana, le encantan los vallenatos, ¡¡¡¡y se los sabe, se los sabe todos!!!! Si la noche está muy heavy —como ha sucedido en los últimos tiempos con el despecho de Lenin— se remata con cachaça… eso sí, al otro día nadie se levanta… todos aporreados y con el hígado echado a perder.

El fin de semana pasado se fue Paul. Claramente había que hacerle los honores de la despedida. El man es de esos amigos de todo el mundo, así que en la casa teníamos una buena cantidad de gente de Geociencias, la gente de la casa, los amigos de por ahí, en fin, todo un combazo. En la casa había vino argentino, chileno y brasileño —el más malo, por supuesto, aunque este estaba más bien bueno—, cachaça, y las estrellas de la noche, un Ron Havana 7 años y un Medellín 8 años. Fuera de eso una nevera llena, pero llena de cerveza, y la churrasquera rebosante de carne. Y pues si señores, 8 am —paradójicamente ese día fue el cambio a horario de verano, o sea que en realidad eran las 7 am— y allí estaba el último individuo en pié aún colocando música y bebiendo cerveza.

Tal vez ahora la cuestión sea diferente. Paul se fue, acabó su doctorado, y volverá solamente a sustentar a mediados de diciembre. Para ese entonces dudo mucho estar todavía por aquí. Recordaré con gratitud los quinientos apodos que me puso, entre los cuales los más memorables serán el famoso “gato septembrino”, por andar de fiesta en fiesta, y llegar aporreado a la casa, así como los gatos cuando vuelven luego de sus juergas… solo que, como él mismo decía… “hice mi agosto en septiembre…”.

Definitivamente sí que he ganado apodos aquí en Brasil. María me puso “Rana René”, Martha, luego de verme medio enfermo y a punto de darme un “yeyo” me dijo “pobrecita la criatura”, y desde eso soy “la criatura” de la casa. Paul, ya dije, me llamaba “gato septembrino”, Brahma —el brasileño que vive con nosotros, pero que nunca aparece en la casa, y que cuando aparecía me veía despertarme al medio día— me colocó “Urso Polar”.

Ahora se aproxima de nuevo una semana de rumba pesada. Por cuestiones de carnaval, principalmente, la mayoría de los brasileños cumple años en octubre o noviembre, así que de aquí a que me vaya habrá una imparable seguidilla de cumpleaños que claramente no me voy a perder. Fuera de eso se aproxima un necesario viaje a las afueras de Brasil —Foz de Iguaçu (Brasil), Ciudad del Este (Paraguay), Puerto Iguazú (Argentina), y de vuelta— por cuestiones de visa, y esas vainas internacionales.

El paseo pretendía en su comienzo ser más largo pero hay varias razones por las cuales no se va a poder extender más. Primero, el asunto monetario está bastante difícil ahora, y viajar, sea como sea, resulta caro, aún más si uno va solo. En segundo lugar, el sábado hay cumpleaños y el próximo sábado hay cumpleaños, así que el paseo será de domingo a viernes. Por otro lado, el domingo siguiente hay un concierto que no me lo podría perder de ninguna manera, Björk. Espero de aquí a un tiempo estar contando cómo salió todo esto.

martes, octubre 09, 2007

Los 10 mandamientos

Luego de subir a una montaña perdida, y en medio de una iluminación divina, esto se me apareció entonces:

1. No dar papaya
2. No pedir cacao
3. No mostrar la hilacha
4. No patear la lonchera
5. No mostrar el hambre
6. Aprovechar cualquier papayazo
7. No correr la butaca
8. No hacer cajón
9. No echar el bulto
10. No vivir de gorra

Seguramente faltarán algunos... aunque seguramente sean teoremas de los aquí presentados... igual, háganmelos saber.

martes, octubre 02, 2007

Pero el viajero que huye tarde o temprano detiene su andar

Faltan solo un par de meses para regresar. Aventuras hay muchas que contar, pero a veces eso de sentarse a escribir produce mucha, pero mucha pereza, o simplemente no se quiere contar nada reciente. Bueno, en general, han sido dos meses ya de nerditud y ñoñería total de lunes a viernes, y de fiestas oscuras, churrascos, alcohol y no sé qué otras dionisiadas los fines de semana. Bueno, así estaba planeado. Aunque la cosa se está volviendo jarta. Ya quizás los años hacen que no se disfrute lo mismo una fiesta en la USP del mismo modo en que se hubieran disfrutado si se tuvieran 20. Además el cuerpo se vuelve exigente y ya no es capaz de beber cosas como vinos de R$3 el litro, o cachaças del calibre de la “pitu” o “51”, de R$4,50 el litro, que es lo único que se consigue en estas fiestas cuando ya no queda cerveza —cosa que casi siempre pasa—. El hígado se vuelve exigente, y experiencias vecinas van mostrando las razones. En fin, los años no pasan en balde, y andan pesando un tanto.

Por otra parte, anda revolviéndose en el estómago esa sensación de “tengo que volver” ¿cómo va a estar todo? ¿Igual o diferente? ¿En qué habrá cambiado la situación? ¿O será que yo soy el que está cambiado? ¿Será lo mismo de antes? ¿Querré yo volver a lo de antes? Hay un cierto dejo de nostalgia por los tiempos pretéritos, pero al mismo tiempo hay una sensación de turbia ansiedad y zozobra por los días venideros. Es necesario volver, eso es claro, pero muchas veces no es claro cómo enfrentarse a esos conflictos que aparecen cuando todo parece estarse oponiendo con alguna otra cosa.

Hay posibilidades próximas de viaje, pero a veces no tiene mucho sentido viajar solo. Claramente el viaje es todo un paseo, toda una aventura, pero siempre hace falta o ese Caballero Andante que empiece a hacer orateces, o ese Sancho aburrido pero sensato, que alcahuetea pero al mismo tiempo intenta contener. Aquí claramente Cervantes le pegó: una misma persona no puede tener, por muchas personalidades que tenga, dos como estas. O mejor dicho, hace falta el conflicto, siempre, así tenga simplemente la excusa de “compañía”.

Aquí en la ciudad, por lo menos hasta ahora, y a excepción de ciertos extraños momentos, no ha faltado compañía. No sé si es suerte, o buen carácter, o destino, o como se llame, pero otra cosa diferente es enfrentarse a lugares desconocidos, con gente totalmente desconocida. En fin, una prueba más a ese carácter medio huraño y esquivo del cual todavía algo se mantiene.

Son ya cinco meses aquí. Eso quiere decir que, de no haberse conseguido la “prorroga” ayer estaría de nuevo en la casa —que quizás todavía tendría, porque ahora resulta que ni eso—. Tal vez sea eso lo que me hace pensar en este momento en el regreso. Aún falta mucho por hacer, y no sé si el tiempo sea suficiente, pero pues, como dijo el ciego, “amanecerá y veremos”…