lunes, agosto 13, 2007

No matter how hard you try you can’t stop us now...

Y fue llegar a São Paulo, lavar la ropa, devolver algunos libros, sacar otros de la biblioteca, revisar mi correo, comprar algunas cosas, dormir un rato y de vuelta al aeropuerto. En esta ocasión el vuelo salía de Congonhas y llegaba al Tom Jobim de Rio de Janeiro. El viaje de nuevo resultó un tanto miedoso, pues a la llegada, se alcanzaba de lejos a ver la pista. El avión se enfiló rumbo a la pista, y de repente aceleró y se elevó. Luego dio una curva, y el piloto habló diciendo “tuvimos un problema vamos a dar un rodeo para intentar un nuevo aterrizaje”. Silencio sepulcral en el avión, nadie sabía qué carajos estaba pasando. Luego de casi una hora más de vuelo —en avión de São Paulo a Rio es menos de una hora— el Boeing 737 modelo 196? en el que iba viró de nuevo rumbo al aeropuerto después de darnos un tour por el océano atlántico. El aeropuerto es bien simpático. Igual que el Santos Drummond, es una isla, pero claramente este es mucho más grande y tiene dos pistas de más de 3 km cada una. Rio de Janeiro desde el cielo es un espectáculo total. Se ve el mar, la bahía, muchas ensenadas dentro de la bahía, las montañas ahí justo al frente del mar —como el Pão de Açúcar, que es una montañita de unos 400 m de altura justo en la entrada de la bahía—. Hacia el sur está, de un lado la playa, y del otro las lagunas, la Lagõa Rodirgo de Freitas, la de la Barra Da Tijuca, y no sé cuantas más.
Al segundo intento todo fue bien, y finalmente aterrizamos sin ningún problema. Al salir del aeropuerto, claramente tenía que ir a buscar dónde quedarme, así que pensé en el apartamento de Dona María en el cuál nos habíamos quedado la vez que fuimos con Ana María. Desafortunadamente la señora no se encontraba, así que a buscar se dijo. Pensé entonces primero buscar la universidad y buscar un hotel ahí cerca. Lo único que encontré fue un par de moteluchos de mala muerte, tras del hecho caros como un demonio, así que me acordé de las sugerencias de Martha, y me fui rumbo a la Gloria. Al salir del metrô me encuentro con el paraíso de los hoteles baratos para estudiantes medio desplatados como yo, y por R$70 la noche conseguí, en Rio, un cuarto con freezer, aire acondicionado, un armario re grande y televisor. La vista, claramente, no era al mar, pero era a solo 5 cuadras del parque de Flamengo, que no es solo famoso por el equipo de futbol, sino porque es el parque más grande que tiene Rio.
Al día siguiente, y luego de descansar mis pies de todo lo que había andado el día anterior buscando la universidad y buscando hotel, era hora de la impajaritable visita al cristo corcovado. Era solo cuestión de tomar un ônibus, y ahí tomar el bonde —también conocido como “funicular”—. El camino, la verdad, solamente es divertido por una serie de esculturas de animales y de santos que están a los lados, pues de resto es mato y más mato. Pero al llegar a la cima, esa vaina parecía, literalmente, la torre de babel. Unos hablando español, otros portugués, otros inglés, otros francés, unos alemanes ahí, y un par cuya lengua no alcancé claramente a distinguir, y seguramente era alguna de esas lenguas eslavas que no habla más de 10 millones de personas en el mundo. Bueno, fotos, vista espectacular, y a bajar de nuevo.
En la noche el plan, claramente era tomarse una cerveza, y pues estaba muy cerca al barrio Flamengo, en donde la referencia para los colombianos es Ferreira, así que la misión fue ver ganar al Flamengo y tomarse una cerveza haciendo fuerza porque nuestro futbolista patriota no la cagara como siempre lo saben hacer.
Dos días de trabajo de lo más intenso siguieron estas jornadas de vacaciones. El problema fue que tanta rumba, tanta viajadera, tanto cambio de clima, y tanto aire acondicionado terminó provocando en mis bronceados pulmones —y no precisamente bronceados por el sol, sino más bien por el tabaco— una gripa que me hacía escupir litros de flemas. Así que la jornada de trabajo se tornó insoportable.
A esto se le suma que nuestro querido profesor Zingano solamente puede comer en los mejores restaurantes. Eso no está del todo mal, y pues vale la pena comer una vez en la vida en el Colombo en el centro de Rio de Janeiro, en donde un almuercito no baja de R$60. Claramente, este es un lujo que uno solamente se puede dar una vez en la vida, o por lo menos por ahora. El salón es espectacular, no lo puedo negar, y la comida es libre —es decir, come todo lo que te quepa—, pero pues bajarse de tanta luca es un golpe fuerte a la economía de un estudiante, así sea doctorando becado.
Pero claro, el último día el profesor quería comer en el restaurante más chick de todo Rio, que quedaba, según parece, en Ipanema. Yo no estaba dispuesto a recibir otro golpe de esos en mi economía, y al parecer este era mucho más caro —se rumoraba que la cuenta saldría más o menos por el doble—, así que Barbara —la italiana— y yo nos fugamos a dar una vuelta por la playa, y comer montes de queso fondue y sushi en un sitio mucho más modestico, y por lo que me imagino, ahí mismo en Ipanema, a solo un par de cuadras del dichoso restaurant.
Después de tanta paseadera, lo justo era volver a casa, más quebrado que el carajo —pues el viaje me había salido por algo caro— y ahora pues es preciso ahorrar mucho dinero, pues el alargue de la estadía finalmente se concretó, y la multa para cambiar los tiquetes me salió por un cojonal de dinero, lo que me dejó aún más en la ruina. Día de salida de Brasil: 30 de Noviembre. Día de llegada a Bogotá: 7 de Diciembre. ¿Qué voy a hacer en ese tiempo? Bueno, ya lo saben.

Tanz - mein Leben - Tanz, Tanz mit mir....

A la vuelta a Recife, me esperaba una rumba increíble. Resulta que uno de los amigos de Hugo tenía una fiesta de estudiantes de derecho, y ya saben qué tan snobs son los abogados. Así que la reunión de graduación fue en el último piso de un edificio a orillas del mar. La entrada costó R$30, pero ahí los saqué en amarillito, bailando toda la noche con las mujeres más preciosas que haya visto en mi vida —no sé si fue el alcohol, o qué carajos, pero esas mujeres estaban realmente espectaculares—.
La vuelta a São Paulo, como todos los viajes con escalas, resultó siendo aburrida como un diablo, más aún sabiendo que tenía que quedarme 4 horas en la pinche zona de embarque de Salvador en Bahía. Es la ciudad más famosa y más turística del nordeste brasileño y yo encerrado en esa horrible pecera. Afortunadamente, como siempre, llevaba mi laptop y ahí aproveché para empezar a escribir las anécdotas de mi viaje.
El aterrizaje fue, la verdad, un tanto miedoso. Tenía que llegar justamente a Congonhas y justamente en un vuelo de la TAM, y el avión iba a aterrizar en la misma dirección en que se estrelló el de hace ya más de quince días. La verdad, la pista sí es como corta. El avión aterrizó, pero no desaceleró totalmente, y cogió la curva del final de la pista, más o menos a 60–80 Km/h. Da para aterrizar, eso sí, pero en caso de falla, el avión va a dar directo contra el muro, o si coge algo de curva, va a dar diez metros abajo contra la Av Bandeirantes, o contra la Av. Washington Luis. No hay salvación ninguna posible. Por lo menos en el aeropuerto Santos Drummond, de Rio, en donde la pista es igual, si el avión tiene problemas va a dar al mar y pues es más posible salvarse, pero aquí el freno es directamente contra un muro.

The Show Must Go On....

Campina Grande resultó ser una ciudad bastante simpática. Tiene aproximadamente unos 400.000 habitantes en una región que se encuentra a mitad de camino entre la playa y el mar de João Pessoa —la ciudad que se encuentra más al este del continente— y el sertão —agreste, es la traducción exacta, sin embargo, esta región es conocida por su gente aguerrida, estilo cowboys americanos, o vaqueros gaúchos—. Es una ciudad con alta población universitaria, lo cual indica también alto nivel de rumba y de consumo de alcohol, como siempre.
El encuentro fue en la facultad de derecho, cerca al centro de la ciudad. El hotel en el que se iban a quedar Hugo y Chris era un poco caro, y yo, que no tengo reserva técnica, tenía que buscar algo un poco más modesto. Finalmente di con un hotel bastante aceptable ahí mismo en el centro.
La reserva técnica es algo que hay aquí que me parece fabuloso. Es un dinero del que dispone cualquiera que tenga beca para participar como ponente en congresos, foros, coloquios, y cualquier tipo de encuentro. Puede ser gastado en cualquier momento, y simplemente es entregar los papeles respectivos —facturas de pasajes, alojamiento y alimentación— y estuvo. Aunque si se está llevando a cabo un proyecto que necesite comprar materiales, pagar estudios, o cualquier otro tipo de insumo o servicio del que precise la investigación que está haciendo el becario, también lo puede utilizar.
Bueno, luego de instalarnos en el hotel, fuimos a buscar la sede del coloquio. Resultó bastante gracioso que, al preguntar en el hotel donde era la universidad, tuvimos una conversación algo así:
— ¿Dónde queda la facultad de derecho de la universidad estadual?
— Uuuuuu, eso es lejos pa’ caramba
— ¿Tenemos que tomar un ómnibus? ¿o da para ir a pié?
— No, tiene que tomar el ómnibus.
— y canto tiempo lleva de ómnibus?
— Unos cinco minutos
— ¿y si vamos a pié? ¿media hora, cuarenta minutos?
— ¡¡¡¡¡¡Noooooooo, unos quince minutos, veinte por mucho!!!!!!
Para nosotros, habitantes de São Paulo, media hora a pié es cerca, muy cerca, media hora de ómnibus es más o menos cerca, y de ahí en adelante, pero resulta muy gracioso que aquí veinte minutos a pié resulte ser jodidamente lejos. ¡Cómo le cambia la vida a la gente que vive en ciudades pequeñas!
El coloquio fue todo un espectáculo. Había tres modalidades de presentaciones: minicursos —un minicurso duraba los tres días del coloquio, dos horas diarias—, comunicaciones —ponencias, diríamos nosotros, de veinte minutos a media hora cada una—, y palestras —que eran presentadas por los profesores invitados—. Ahí tomé un minicurso sobre Metafísica A, con un profesor que al parecer era de lo más respetado aquí. Un portugués con más sabor que una lingüiça calabressa —para los que no saben, es un tipo de chorizo bastante conocido en el nordeste brasileño, y bastante picante, por demás—, y con un humor europeo un poco ininteligible para la gente local. El minicurso, pensaba yo, era para gente que ni siquiera sabía quién diablos era Aristóteles, así que la verdad me sentí un poco fuera de lugar.
Con mi comunicación fue bastante simpático el asunto. Claramente no había escrito en portugués, y no me iba a poner a traducir el texto a la carrera solo para leerlo. El primer día un profesor chileno intentó presentar un texto que había escrito en español traduciéndolo al portugués, pero claramente la pronunciación chilena, junto con un texto traducido con poco tiempo de anticipación, terminó dando como resultado una presentación un tanto difícil de seguir, tanto para los que hablaban portugués como para los que hablábamos español. Al día siguiente otro chileno optó por sacar copias de su texto, y darlas para todo el mundo y así seguir mejor la lectura.
Yo opté por utilizar la misma estrategia, pero como solo se trataba de una comunicación de 20 minutos, y no de una palestra de un profesor invitado, no conseguí que me pagaran las copias, así que, en un acto medio desesperado por hacerme entender, saqué yo mismo unas cuantas fotocopias, y las repartí para los que alcanzaron.
Pero claramente no todo el mundo quedó con texto en mano. Yo sabía esto desde el día anterior, así que tenía, bajo la manga, una presentación de Power Point para los que no tenían el texto, primero, y segundo, para explicar un ejemplo que en el paper había quedado solamente señalado.
No sé si me entendieron o no todo lo que quise decir. Me hicieron un par de preguntas, y todavía no logro entender si las preguntas eran porque no entendieron mi texto, o fue que yo no entendí lo que me estaban preguntando. En fin, el punto fue que luego de la presentación varias personas se me acercaron a pedirme mi correo y a decirme que, pese a que no entendieron algunas cosas, la presentación les había gustado.
A la noche había una palestra del invitado de honor, se trataba de un profesor de una universidad americana. Antes de mi presentación, el profesor se me había acercado porque vio que yo tenía un computador con Windows, y pues aquí los computadores utilizan o Linux Ubuntu, o Freedows, por lo que tienen algunos problemas con todo lo que proviene de Windows. La verdad no creo que sea por problemas de compatibilidad, sino más bien por problemas de operario.
El punto fue que el gringo se me acercó antes de presentar mi texto para que yo probara su presentación en mi computador. Ahí le mostré que funcionaba, y que no tenía problemas. De paso me preguntó que si mi laptop tenía lector de memorias. Yo le contesté que no tenía, pero que tenía un lector de memorias USB. Se lo mostré, le copié su información a mi computador —que eran un par de canciones que tenía, y que se volverán bastante importantes en la historia—, le mostré que funcionaban y que sonaban bien, y que aparecían bien en la presentación. El tipo me dijo que si iba a empezar la presentación de él ya, y yo le dije que no tenía ni idea, y que seguramente era en la noche, como las de todos los profesores. La verdad no creo ni que me hubiera entendido; mi inglés es poco fluido, el gringo medio balbuceaba español y de portugués no sabía una j, y pues también en ese momento no estaba con muchas ganas en ese momento de ayudar, pues estaba un poco estresado preparando mi presentación, así que le dije que tenía que empezar la presentación ya. Ahí llegó otro profesor y se lo llevó.
En la noche, antes de la presentación, se me acercó uno de los monitores del evento para preguntarme si era yo el que había hecho la presentación en la tarde, y que si tenía un lector de memorias. Yo le dije que sí, le presté el lector, y seguí ahí conversando no recuerdo con quién. Luego me quedé pensando que el gringo seguramente pensó que yo era uno de los monitores —es decir, uno de sus lacayos, que le iban a poner todo ahí para que trabajara—. Me dio un poco de rabia eso, porque como se trataba del gringo todo el mundo le ayudaba, pero cuando yo fui a presentar mi texto, pedí el video beam —que no sé porqué cosas del lenguaje aquí se llama data show—, y me dijeron simplemente “ahí está, cójalo”, y pues tuve que organizar todo yo mismo.
La presentación del gringo resultó siendo un espectáculo total. La música que tenía era la banda sonora de la película “Zorba el Griego”. Con eso inició su presentación, mientras bailaba y todo el mundo lo seguía con las palmas. Luego, la verdad yo pensé que iba a hablar en inglés, o por lo menos leer en portugués o español, pero ni lo uno ni lo otro. La presentación en Power Point que tenía, era originalmente en inglés, pero un profesor se la intentó ayudar a traducir. Entonces, la conferencia resultó siendo la lectura de la presentación, a medio traducir, por el profesor que se había ofrecido a traducirla y que no fue capaz de traducirla totalmente. El contenido resultó siendo toda una serie de críticas al sistema de gobierno americano, cosa que se ha hecho tan popular desde ya hace tanto tiempo que resultó tornándose en un discurso medio hippie, y haciendo de nuestro personaje la versión filosófica de Michael Moore.
La verdad es que así como Michael Moore no necesitó ninguna formación artística en el cine, este payaso no necesitaba saber una leche de Aristóteles para decir todas las sandeces que dijo. Estaba tan lejos de cualquier reflexión filosófica de un nivel más o menos adecuado que lo que más ridículo que me parecía era que gastaran tanto dinero llevando un profesor extranjero, y habiendo tantos, y tan buenos, escogieran a uno que realmente dejaba mucho qué desear.
Finalmente, lo que más me ofendió, fue ver a varios profesores en el auditorio tratando de discutir seriamente con este payaso que vino de gira desde los EUA simplemente para hacer un “stand up comedy – philosophical release”.
Había pensado no escribir esta historia, tal vez por temor a la censura, al miedo, o por simple pudor, pero pues nada, ahí está. De hecho duré toda la noche tratando de explicarle a todos los graduandos y posgraduandos del coloquio que se fueron a beber conmigo esa noche porqué me parecía todo eso una payasada y una falta de respeto. Espero que hayan entendido algo al menos.
Ahora bien, lejos de la payasada una cosa que sí me gustó mucho, definitivamente, fue el cierre, en el cual unas estudiantes de no sé qué carrera —además que estaban lindísimas— representaron un fragmento de Medea de Eurípides. La verdad no sé si era por la belleza de las muchachas, o qué carajos, pero la actuación me pareció bastante buena, además que escogieron una parte que a mí personalmente me parece fenomenal.
En fin, eso fue el coloquio. No se aprendió mucho pero se paseó. Además, si Recife con su mundo de canales y de arrecifes y su puerto, y su montón de agua es llamada la Venecia latinoamericana, definitivamente Campina Grande, y al parecer todo el estado de Paraíba debería ser llamado la Chequia latinoamericana —para los que no conocen esta historia, luego de la segunda guerra mundial, en los años 60, en lo que en aquel momento se llamaba Checoslovaquia, conocida antaño como la Región de la Bohemia, el índice de mujeres era de 65% en relación al 35% de hombres, y tenían pueblos enteros en donde había, sin mentir, un hombre por cada diez mujeres. Para los interesados, recomiendo el filme
Lásky Jedné Plavovlásky, de Milos Forman, que trata este tema de una forma fenomenal.