jueves, agosto 09, 2007

Hey kids, rock and roll, Nobody tells you where to go, baby...

Mucho es lo que se ha dicho con respecto a la crisis aeroportuaria aquí en Brasil. La cuestión, creo yo, es que el mercado aéreo ha crecido de gran manera, y la infraestructura aérea simplemente se ha quedado pequeña. Para rematar esta crisis, el accidente en el aeropuerto de Congonhas ha dejado a todo el mundo con altos niveles de pánico, y casi al borde de la locura. Retrasos, cancelación de vuelos, remarcación de vuelos para otros aeropuertos, en fin, todo un caos.
Fuera de todo este caos, las imágenes resultan totalmente aterradoras. El accidente fue en la salida sur de la pista, que da contra una avenida bastante grande en la que queda la entrada al aeropuerto. Entonces, la primera imagen que se veía al llegar al aeropuerto justo el día que salí de viaje eran las ruinas aún calientes y con un poco de humo que quedaban de tan terrible accidente.
Pero bueno, superando el terror de semejantes imágenes, la situación adentro era un caos total. No estaba saliendo ni entrando ningún vuelo al aeropuerto, entonces había una gran cantidad de buses llevando a todo el mundo al aeropuerto de Guarulhos, que es más o menos a una hora y media de distancia. La verdad es que llegué sobre el tiempo. Nunca había ido a ese aeropuerto, así que tuve que dar una vuelta re tonta, pero finalmente llegué. Cuando fui a hacer el check–in, me dijeron que tomara uno de los buses que estaban en el parqueadero, y me fuera para Guarulhos, y allá me chekaría. Al llegar a Guarulhos, un caos de gente impresionante. Filas con cientos de personas, todo el mundo desesperado por el retraso de los vuelos, niños llorando, hambrientos, señoras adultas mayores pidiendo una silla para sentarse en la fila, en fin, todo un caos. Llegué a las 10:10 y el vuelo estaba para salir a las 10:05. Pero claramente estaba retrasado. Mi vuelo estaba planeado para salir de Congonhas, llegar a Salvador, hacer conexión y de ahí Recife. Por la conexión, el vuelo duraría unas 4 horas más 3 de escala. En el momento del check–in me dijeron que me iban a cambiar de vuelo y a mandarme en uno directo, dado el caos que había en ese momento. Entonces me dieron un vale para un sándwich, y me dijeron que esperara hasta la 1 am, hora a la que saldría mi nuevo vuelo, que no haría escala ni nada, y llegaría incluso antes del que tenía programado. La verdad es que, en estos casos en que hay tanto caos y tanta desorganización, siempre hay alguien que sale beneficiado, y no se si fue suerte, o qué carajos, pero en este caso el favorecido creo que fui yo.
La verdad nunca le había tenido miedo a subirme a un avión, pero pues solamente me había subido un par de veces cuando me vine para aquí. Y pues luego del accidente, y luego de tanta vaina, uno realmente queda un poco paniqueado. Pero la verdad todo fue super tranquilo, aunque no puedo negar que me daba un poco de susto cuando veía al avión inclinarse hacia cualquier lado para tomar una curva. Como siempre, iba en la ventana —la verdad es que me gusta andar en la ventana, así me maree, me de susto, o cualquier cosa—. Pero fue un poco chistoso, porque al llegar a sentarme había un tipo que tenía mi asiento. Con un tanto de diplomacia, y un portugués aún mal hablado, le dije que ese era mi asiento. Ahí hizo un poco de mala cara, pero finalmente se levantó y me dejó el asiento. Claramente el problema de quedar en la ventana es que, si quieres ir al baño, hay que incomodar a los otros dos para salir. Afortunadamente no me entraron ganas en el vuelo.
Pese a que el despegue del avión fue de Guarulhos, el avión tuvo que sobrevolar São Paulo. Fue impresionante la visión de un mar de luces que se perdía en el horizonte. Luces, luces y más luces, y carros, calles, casas, que pasaban y pasaban y parecía que nunca se fueran a terminar.
Efectivamente llegué a las 5 am a Recife, todo muy puntual. Al salir de Guarulhos le puse un mensaje a Hugo —quien fue quien me invitó a Recife— diciéndole que habían cambiado el viaje, pero que aún así llegaría a la misma hora. En el momento del embarque me había llamado confirmando entonces que todo estaba listo, y pues ahí me dijo que se estaba tomando unas cervezas. Al momento de llegar a Recife, lo llamé y no me contestó a la primera. Claramente sabía que andaría con un tanto de resaca de la noche anterior, así que me quedé esperándolo, mientras paseaba el aeropuerto esquivando a los intensos taxistas que siempre están cazando clientes.

1 comentario:

marcela ∂ π dijo...

Para ampliar la nota sobre la crisis aeroportuaria del Brasil, dice un titular de El Pais del domingo:
"Ocho de las pistas de los diez mayores aeropuertos de Brasil sufren deficiencias"