jueves, agosto 09, 2007

Nobody gonna take my car, Im gonna race it to the ground

Al llegar a Recife, y luego de no haber dormido toda la noche, lo que debía hacer era tomar un descanso. Y pues así fue, y pues además Hugo también necesitaba dormir un poco más la resaca.
En la tarde, paseo por el centro histórico de Recife. Realmente fue toda una clase de historia. Uno de los sitios que visitamos era una sinagoga, que según parece, fue la primera en toda América. Ahí aprendí que Recife había sido invadido por los holandeses, y que junto con los holandeses habían venido un pocotón de judíos que habían sido expulsados de Portugal para Holanda. No sabía que había sido tan fuerte el dominio de los holandeses en esta parte del continente. Al parecer, alcanzaron a tener el territorio que va desde Suriname hasta Recife, lo cual resulta siendo casi una cuarta parte del actual Brasil. Pero afortunada o desafortunadamente, los lusitanos reconquistaron el territorio nordestino, y los pobres holandeses se quedaron en el norte, pasando el Amazonas, en lo que hoy es Suriname.
No sé qué hubiera sido de esta región del continente, tan extremadamente religiosa, si hubiera seguido bajo el dominio holandés que en aquellos momentos se caracterizaba por sus políticas y pensamientos que fueron bastante conocidos en el renacimiento e ilustración europea. Quizás la historia aquí hubiera sido diferente, pero bueno, qué se le va a hacer.
De paso supe que fueron los árabes los que le pusieron el nombre a la ciudad, por tener un puerto natural con una entrada de arrecifes en piedra. El nombre árabe para este tipo de formaciones es Al–Raciff. Simpático un nombre árabe para una tierra que se disputaban lusitanos católicos, y holandeses judíos y protestantes.
Ahí hicimos un paseo medio famoso, que es ir hasta la famosa “verga de Brenán”. Esa creo que es la traducción más adecuada para una escultura famosa, hecha por un tipo que al parecer gusta mucho del motivo fálico en sus esculturas. El paseo es re gracioso. Hay unos negrillos ahí con unas canoillas, que lo llevan uno de la playa al arrecife. Es bastante corto, son como unos 200 metros, tal vez un poco más, y los tipos cobran, por ida y vuelta, R$2 (Bueno, creo que también depende del marrano, porque ahí vimos a los manes cobrando R$5 por cabeza a unos turistas paulistas). Luego hay esculturas por todo el borde del arrecife al frente del puerto. La vista es maravillosa. A un lado está el agua calma del puerto natural, y pasan los barcos protegidos del fuerte oleaje que se mueve al otro lado del arrecife. Allí es mar abierto, y no se ve sino agua, agua y más agua, que golpea fuertemente contra las piedras.
Al día siguiente, el paseo era conocer Olinda, que es una ciudad que queda justo al lado de Recife. Es un poco más antigua, pues fue fundada en 1535. Tiene no sé cuantas iglesias, y conventos, y no sé qué más cosas. Desafortunadamente el paseo se vio estropeado porque todos nos despertamos tarde. Ni modo, cambio de plan entonces, y rumbo a la playa de “Boa Viagem”. La verdad tenía ganas de entrar al agua, pero la playa tiene un oleaje bastante fuerte en estos días del año, y además tiene una peculiaridad: es la playa que, en toda Suramérica, ha registrado más ataques de tiburón. Así, que pues bueno, el plan fue playa, hablar mierda y beber cerveza hasta las 4:00, momento en el que empezó a oscurecer.
Eso fue algo que me impresionó. Recife queda a 34º latitud oeste, mientras que São Paulo queda a los 46º, y Brasilia, a los 48º. Solo para comparar, Bogotá está a los 74º, y en relación a São Paulo y Brasilia, son 2 horas de diferencia, así que en Recife, y la costa este debería ser por lo menos una hora más de diferencia. Claro está, sería demasiado complicado para un país tener ya 4 horarios diferentes, con los tres que tiene ya es todo un enredo.
A la noche, por casualidades de la vida, resultamos ahí sí en Olinda comiendo tapioca con unos amigos de Hugo. Queríamos beber cerveza en un sitio que tenía una vista espectacular, pero era como caro, y pues paila, para beber no se necesita estar viendo maravillas. Así que resultamos más abajo, cerca de una plaza en el centro del pueblo, bebiendo hasta que se nos paró el ombligo.
Al día siguiente salimos de paseo a uno de los sitios más bellos que haya visto en mi vida. Nombre: “Porto De Galinhas”. Es un sitio con mucha historia, pues se llama así porque era un puerto famoso en el cual se traía mucho contrabando en la época de la colonia. Se suponía que se negociaba con gallinas, pero realmente el mercado contrabandístico del momento era bien diferente: se trataba simplemente de esclavos —¿Qué dirá de esta historia un hincha del River?—.
Primero llegamos a la casa de otro amigo de Hugo que estaba de cumpleaños, en donde nos recibieron con whiskey, cerveza, y comida por toneladas, entonces era una ronda de carne y una ronda de cerveza. Ninguno quiso pasar por goterero, así que ninguno bebió whiskey, bueno, excepto Chris, la novia de Hugo, quien no gusta mucho de la cerveza. Luego de eso nos fuimos al centro a buscar un sitio para ver la final de volleyball masculino en los juegos Panamericanos. Una medalla más para Brasil, todo el mundo contento, y de ahí salimos para la casa de Clara, otra amiga de Hugo, cuyos papás tenían la casa de los sueños de cualquier montañero como yo: una casa justo a la orilla del mar, y en una de las playas más bacanas que tenga el continente. Ahí me quedé, hasta el amanecer, simplemente contemplando semejante belleza: mar, playa, al fondo una tormenta eléctrica, y al otro lado un amanecer de lo más alucinante que haya visto jamás —claramente amaneció a eso de las 4:30 am—. Ahí me fui a dormir un rato, y luego al despertar, creía que era medio día, pero cuando vi el reloj eran solamente las 9 am. Ahí nos fuimos a la playa, a ver las famosas piscinas naturales. Resultó ser un espectáculo totalmente alucinante. Son unas piscinas que se forman en medio del arrecife, que está a unos 300 mt de la playa. El paisaje es el siguiente. En el fondo, el mar abierto golpeando contra arrecifes, que no se alcanzan a ver pues están apenas unos centímetros más abajo del nivel del mar. Luego los arrecifes, que tienen una serie de huecos en el medio, a lo cual se les llama “piscinas naturales”. Es increíble meterse a ver, tienen una cantidad de peces metidos ahí, y tienen mucha gente alrededor conservando semejante belleza. De la playa a los arrecifes hay unas lanchitas que lo llevan a uno, pero si uno es un turista medio vaciado —como yo— pues se puede pasar a nado. La verdad debo decir que nunca en mi vida había nadado tanto de un solo tirón. Fueron 300 mts que sudé terriblemente, y pues quería parar a descansar, pero no había forma, si me ponía de pie quedaba apenas un poco más abajo del nivel del agua. Finalmente se logró, aunque al llegar a los arrecifes empecé a preocuparme por la vuelta. Bueno, en fin, dure con dolor de brazos como tres días de semejante nadadita.
Al llegar por la tarde a la casa, estaba un tío de Hugo junto con su familia en el apartamento, ahí cantando me imagino que Forró. Aquí hay músicos por montón, y casi todo el mundo toca algo. Ahí después de empacarme unas cuantas cervezas, me dijeron que si sabía tocar, y pues a esa altura de alcohol, me quedaba imposible negarlo. Les advertí entonces que llevaba unos 5 años sin coger una guitarra, y que nunca en mi vida había cantado en serio, y seguramente tanto cigarrillo ya habría acabado con la poca armonía que pudo haber tenido mi garganta, pero no les importó. Así que empecé a cantar “De Música Ligera” de soda stereo que resultó siendo famosa aquí por un cover que le hicieron los “Paralamas Do Sucesso”. Luego canté ahí otra canción, y ya todo el mundo se empezó a ir, así que bueno, ahí nos quedamos cantando rockcito con uno de los hermanos de Hugo.
El lunes entonces volvimos, ya de día, a Olinda, a tomarnos fotos y a conocer toda la historia del pueblo, que fue colonizado por portugueses, luego invadido por holandeses, y luego recolonizado y reconstruido por los lusos. Tiene una arquitectura colonial perfecta para hacer un estudio basto para quien se interese por la arquitectura religiosa de la colonia. Recuerda claramente ciudades como Pamplona, o Popayán, que tienen una iglesia por cuadra. Pero además de esto, como es en un cerro, tiene una vista increíble sobre todo Recife, que se ve claramente.
El día siguiente era el día del viaje para el coloquio, y teníamos que salir temprano, así que lo mejor era irse a dormir temprano y arreglar todo, pues en el coloquio quizás estaría fuerte el movimiento —y de hecho lo estuvo—.

Hey kids, rock and roll, Nobody tells you where to go, baby...

Mucho es lo que se ha dicho con respecto a la crisis aeroportuaria aquí en Brasil. La cuestión, creo yo, es que el mercado aéreo ha crecido de gran manera, y la infraestructura aérea simplemente se ha quedado pequeña. Para rematar esta crisis, el accidente en el aeropuerto de Congonhas ha dejado a todo el mundo con altos niveles de pánico, y casi al borde de la locura. Retrasos, cancelación de vuelos, remarcación de vuelos para otros aeropuertos, en fin, todo un caos.
Fuera de todo este caos, las imágenes resultan totalmente aterradoras. El accidente fue en la salida sur de la pista, que da contra una avenida bastante grande en la que queda la entrada al aeropuerto. Entonces, la primera imagen que se veía al llegar al aeropuerto justo el día que salí de viaje eran las ruinas aún calientes y con un poco de humo que quedaban de tan terrible accidente.
Pero bueno, superando el terror de semejantes imágenes, la situación adentro era un caos total. No estaba saliendo ni entrando ningún vuelo al aeropuerto, entonces había una gran cantidad de buses llevando a todo el mundo al aeropuerto de Guarulhos, que es más o menos a una hora y media de distancia. La verdad es que llegué sobre el tiempo. Nunca había ido a ese aeropuerto, así que tuve que dar una vuelta re tonta, pero finalmente llegué. Cuando fui a hacer el check–in, me dijeron que tomara uno de los buses que estaban en el parqueadero, y me fuera para Guarulhos, y allá me chekaría. Al llegar a Guarulhos, un caos de gente impresionante. Filas con cientos de personas, todo el mundo desesperado por el retraso de los vuelos, niños llorando, hambrientos, señoras adultas mayores pidiendo una silla para sentarse en la fila, en fin, todo un caos. Llegué a las 10:10 y el vuelo estaba para salir a las 10:05. Pero claramente estaba retrasado. Mi vuelo estaba planeado para salir de Congonhas, llegar a Salvador, hacer conexión y de ahí Recife. Por la conexión, el vuelo duraría unas 4 horas más 3 de escala. En el momento del check–in me dijeron que me iban a cambiar de vuelo y a mandarme en uno directo, dado el caos que había en ese momento. Entonces me dieron un vale para un sándwich, y me dijeron que esperara hasta la 1 am, hora a la que saldría mi nuevo vuelo, que no haría escala ni nada, y llegaría incluso antes del que tenía programado. La verdad es que, en estos casos en que hay tanto caos y tanta desorganización, siempre hay alguien que sale beneficiado, y no se si fue suerte, o qué carajos, pero en este caso el favorecido creo que fui yo.
La verdad nunca le había tenido miedo a subirme a un avión, pero pues solamente me había subido un par de veces cuando me vine para aquí. Y pues luego del accidente, y luego de tanta vaina, uno realmente queda un poco paniqueado. Pero la verdad todo fue super tranquilo, aunque no puedo negar que me daba un poco de susto cuando veía al avión inclinarse hacia cualquier lado para tomar una curva. Como siempre, iba en la ventana —la verdad es que me gusta andar en la ventana, así me maree, me de susto, o cualquier cosa—. Pero fue un poco chistoso, porque al llegar a sentarme había un tipo que tenía mi asiento. Con un tanto de diplomacia, y un portugués aún mal hablado, le dije que ese era mi asiento. Ahí hizo un poco de mala cara, pero finalmente se levantó y me dejó el asiento. Claramente el problema de quedar en la ventana es que, si quieres ir al baño, hay que incomodar a los otros dos para salir. Afortunadamente no me entraron ganas en el vuelo.
Pese a que el despegue del avión fue de Guarulhos, el avión tuvo que sobrevolar São Paulo. Fue impresionante la visión de un mar de luces que se perdía en el horizonte. Luces, luces y más luces, y carros, calles, casas, que pasaban y pasaban y parecía que nunca se fueran a terminar.
Efectivamente llegué a las 5 am a Recife, todo muy puntual. Al salir de Guarulhos le puse un mensaje a Hugo —quien fue quien me invitó a Recife— diciéndole que habían cambiado el viaje, pero que aún así llegaría a la misma hora. En el momento del embarque me había llamado confirmando entonces que todo estaba listo, y pues ahí me dijo que se estaba tomando unas cervezas. Al momento de llegar a Recife, lo llamé y no me contestó a la primera. Claramente sabía que andaría con un tanto de resaca de la noche anterior, así que me quedé esperándolo, mientras paseaba el aeropuerto esquivando a los intensos taxistas que siempre están cazando clientes.