lunes, agosto 13, 2007

Tanz - mein Leben - Tanz, Tanz mit mir....

A la vuelta a Recife, me esperaba una rumba increíble. Resulta que uno de los amigos de Hugo tenía una fiesta de estudiantes de derecho, y ya saben qué tan snobs son los abogados. Así que la reunión de graduación fue en el último piso de un edificio a orillas del mar. La entrada costó R$30, pero ahí los saqué en amarillito, bailando toda la noche con las mujeres más preciosas que haya visto en mi vida —no sé si fue el alcohol, o qué carajos, pero esas mujeres estaban realmente espectaculares—.
La vuelta a São Paulo, como todos los viajes con escalas, resultó siendo aburrida como un diablo, más aún sabiendo que tenía que quedarme 4 horas en la pinche zona de embarque de Salvador en Bahía. Es la ciudad más famosa y más turística del nordeste brasileño y yo encerrado en esa horrible pecera. Afortunadamente, como siempre, llevaba mi laptop y ahí aproveché para empezar a escribir las anécdotas de mi viaje.
El aterrizaje fue, la verdad, un tanto miedoso. Tenía que llegar justamente a Congonhas y justamente en un vuelo de la TAM, y el avión iba a aterrizar en la misma dirección en que se estrelló el de hace ya más de quince días. La verdad, la pista sí es como corta. El avión aterrizó, pero no desaceleró totalmente, y cogió la curva del final de la pista, más o menos a 60–80 Km/h. Da para aterrizar, eso sí, pero en caso de falla, el avión va a dar directo contra el muro, o si coge algo de curva, va a dar diez metros abajo contra la Av Bandeirantes, o contra la Av. Washington Luis. No hay salvación ninguna posible. Por lo menos en el aeropuerto Santos Drummond, de Rio, en donde la pista es igual, si el avión tiene problemas va a dar al mar y pues es más posible salvarse, pero aquí el freno es directamente contra un muro.

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